martes , 19 marzo 2024
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La depresión o el estrés no se curan con medicamentos

Las empresas farmacéuticas se empeñan en ofrecer una visión pesimista de la salud del mundo, cuando la realidad es que las enfermedades mortales son cada vez menores y la esperanza de vida se alarga hasta los 80 años.

Las llamadas nuevas enfermedades como el estrés o la depresión son tratadas normalmente con fármacos y consideradas como enfermedades crónicas, cuando en realidad no lo son.

Todos conocemos a algún hipocondríaco.

Se trata de esas personas permanentemente enfermas. Enfermos imaginarios que, nada más escuchar los síntomas de una enfermedad, por rara que sea, comienzan a observarse cuidadosamente hasta que notan todos los síntomas, y los reproducen en sí mismos de modo casi verdadero.

Una enfermedad imaginaria que causa tanto sufrimiento al pretendido enfermo y a su familia como si, en vez de mental, fuera real.

Y no hay nada que sea capaz de convencer al hipocondríaco de su error, pues cuanto más lo piensa más se convence de que el mal avanza y su salud se deteriora sin que nadie le dé crédito.

Basándose en lo fácil que es convencer a la gente de que está enferma cuando están mentalmente preparados para ello, un buen número de médicos y algunas compañías farmacéuticas se han empeñado en hacernos creer que la actualidad es una de las épocas con más enfermedades, muchas de ellas nuevas, de la historia de la Humanidad, cuando la realidad nos dice en las sociedades desarrolladas aumenta el nivel de salud y se alarga la esperanza de vida.

Aprovechando que la moderna definición de salud concebida y extendida por la OMS define un estado de bienestar que no sólo incluye la ausencia de enfermedad, se convierten en estados patológicos procesos que no lo son con el fin de poder someter a tratamiento a pacientes con síntomas reales que conforman falsas dolencias.

Cuando se consulta con los especialistas, éstos se empeñan en defender que, efectivamente, se trata de enfermedades a las que, hasta ahora no se había concedido importancia pero que la han adquirido con la mayor exigencia de la población por su bienestar o la menor tolerancia a la mínima incomodidad.

Un problema estriba en confundir síntomas leves con una enfermedad, y asociarlos a factores de riesgo para que automáticamente sea obligatorio seguir un tratamiento que, en el mejor de los casos, será infructuoso.

La mejor solución no es la medicación precoz, sino la adopción de un estilo de vida saludable y preventiva (según la madre naturaleza).

Otro problema puede ser el exceso de información, que llega a la población de modo insistente y hace creer a los más proclives que la suya es una enfermedad de importancia cuando, las más de las veces, es una cuestión de carácter, de disconformidad con sus circunstancias vitales o de conducta impropia.

Esta confusión aumenta la disconformidad con la propia vida y aumenta falsamente el número de enfermos.

Es conveniente no excederse en la consideración de la gravedad de las enfermedades y de los factores de riesgo, pero tampoco quedarse cortos.

No se trata de no dar importancia a los problemas, sino de darles la importancia justa a los ojos del paciente.

Es lógico que el estrés, la impotencia, el insomnio o la dermatitis se traten convenientemente si están bien diagnosticados.

Lo que no tiene lógica es considerarlos enfermedades y, como tales, hacer que los pacientes piensen que debe existir un tratamiento medicamentoso que les va a curar.

Un fármaco caro al que recurrir permanentemente ya que se suele tratar de dolencias crónicas que perduran a lo largo de la vida.

Una espiral de consumo e insatisfacción que beneficia a las empresas fabricantes, que inventan novedades dirigidas a un número creciente de consumidores, y a las compañías médicas, que se asegura una clientela permanente y fiel.

Primero se difunde el conocimiento, se crea la necesidad, luego se publicita el remedio, se fomenta la demanda y, finalmente, el consumo.

Las leyes del mercado harán lo demás.

Cuando la tristeza producida por la pérdida de un ser querido se considera depresión, que hay que paliar con antidepresivos o tranquilizantes más que con el cariño y la compañía de familia y amigos; si la menopausia no es una etapa de la vida de las mujeres sino un cúmulo de factores de riesgo; si el tedio de una vida rutinaria y sin alicientes, o, por el contrario, el estrés de una vida sobrecargada se pretenden considerar síntomas de enfermedades físicas o mentales; si tiene usted acné, tabaquismo o halitosis, exceso de vello, sobrepeso o alguna alergia alimentaria, puede, si lo desea, considerarse enfermo.

Con ello algunos harán negocio, pero usted sólo conseguirá sentirse enfermo, prácticamente incurable, si pretende que sea la medicina quien haga algo más que aliviarle, y no pone de su parte para aceptar que vivir sano y tranquilo incluye también pequeñas incomodidades.

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Un comentario

  1. Gracias por compartir, buen material.

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